¡Descubre los rincones preferidos de 20 corresponsales de EL PAÍS! | Guía El Viajero
Desde Portugal hasta China, pasando por Marruecos, Estados Unidos y Argentina, 20 periodistas de EL PAÍS destacan los rincones más singulares del entorno en el que residen. Una perspectiva que se aleja de los clichés del turismo convencional.
Los templarios son como los dinosaurios. Especies extinguidas hace tiempo que conservan el poder de excitar la imaginación. Los devotos de las cruzadas devoran novelas fantasiosas y buscan huellas borradas entre las ruinas. Para ellos, el convento de Cristo, en Tomar (unos 130 kilómetros al norte de Lisboa), es un regalo excepcional. Pocos vestigios tan bien conservados permiten recrear los días de ardor templario como la charola del convento de Cristo, erigida en el siglo XII, cuando el reino portugués daba sus primeros pasos liberado de la Corona de Castilla y León. El 1 de marzo de 1160 los templarios, que habían recibido tierras del primer rey de Portugal, Afonso Henriques, comenzaron las obras. El lugar elegido permitía vigilar una gran llanura y anticipar ataques. El oratorio románico central del convento imitó el Santo Sepulcro de Jerusalén, donde los templarios desplegaban devoción y furia. Sus ocho pilares se elevan con la ambición de aquellos monjes soldado que sentían ganar el cielo mientras hacían la guerra con la cruz patada en el pecho. Tras la extinción templaria, el castillo y el convento se engrandecieron con obras de estilo manuelino en el siglo XVI, como la sofisticada ventana de la sala capitular. Hoy es uno de los monumentos más singulares del país, y patrimonio mundial de la Unesco desde 1983.
En las ciudades como París, donde la presión inmobiliaria y el turismo funcionan como una onda expansiva concéntrica, la vida, la más interesante, se traslada a veces a determinados barrios alejados del núcleo donde se fotografían los visitantes. Sucede así también con Belleville, en el 20º distrito de la capital francesa, un lugar de callejuelas empinadas, miradores y parques que esconde uno de los barrios más interesantes de la ciudad. Son una delicia la Villa de l’Ermitage, cuya entrada se sitúa a la altura del número 35 de la Rue des Pyrénée, o el impresionante parque de la Buttes-Chaumont, donde se puede tomar un aperitivo en el Rosa Bonheur, bistró LGTBIQ+ friendly donde también celebran buenas juergas los domingos. La multiculturalidad del barrio, una mezcla entre banlieu y antigua tradición, puede saborearse también en algunos de sus restaurantes sencillos, como el bar Fleuri, que sirve el pollo con patatas más digno (de granja normanda) y barato de París (6,86 euros). El precio corresponde todavía al del cambio del franco al euro en 2002; entonces el plato costaba 45 francos. Pero, entre todos, emerge una joya de la cocina como es el Baratin, uno de los sitios preferidos de los chefs para comer. Recetas francesas y una carta de vinos estupenda, con especial atención a los naturales.